La Zona

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El carbón ya no alimenta el corazón de las centrales térmicas. El cambio climático ha secado los saltos de agua que movían las turbinas. Cuatro hijos de puta se llenan los bolsillos para que los aerogeneradores estén donde no deben o sean insuficientes para responder a la demanda. Un nuevo portaaviones de los americanos se ha plantado en el Golfo Pérsico para subir el precio del petróleo hasta precios inasumibles. Otra vez el barril de Brent por las nubes y otra vez que no nos explican quién coño era Brent, o dónde narices está Brent. 

Acogotado por la crisis energética, el gobierno español ha decidido desdecirse de sus promesas y se ha lanzado a la construcción de centrales nucleares que alimenten nuestros televisores y nuestros cargadores para los móviles, como los franceses y los finlandeses, que por otro lado parecen pueblos muy civilizados, muy razonables, para nada chapuceros como los soviéticos de Chernóbil. España, además, no ha visto un tsunami en su puta vida -lo más parecido la galerna del Cantábrico, o el encabritamiento de Gibraltar- así que el fantasma de Fukushima no asusta demasiado por estos lares del Mediterráneo.

    Hay, por supuesto, debate político, y protestas en la calle, y jóvenes que se encadenan a las verjas de las centrales, hasta que un día -porque esto es España, y no Francia ni Finlandia- alguien se deja el grifo abierto, o la grieta sin reparar, o escamotea la densidad del hormigón para ganarse un sobresueldo y llega el escape fatal en Fukushima de Onís, o en Chernóbil del Narcea, y se monta la de Dios es Cristo.  Y nos hacen una serie con la trama....

Cuando la radiación llega hasta la cueva de la Santina, algunos profetas anuncian el fin de los tiempos, o el regreso de los musulmanes reconquistados. Muchos kilómetros a la redonda se vuelven inhabitables para la fauna humana y animal, convirtiéndose en un agujero negro de Google Maps llamado La Zona. Pasado el primer susto, y acotado el primer perímetro, regresarán al ecosistema podrido las hienas y los buitres, pero no los bichos peludos, ni las aves emplumadas, sino los bípedos andantes que sacan tajada de cualquier desgracia que se presente: los mafiosos de la chatarra, los explotadores del jornal, los contratistas del gobierno, los políticos de la medalla… Demasiados enemigos para el inspector Uría, que no vive sus mejores días en lo personal, y que se arrastra con cara de muy mala hostia por los andurriales .