El nuevo caso del inspector Clouseau


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Por cada persona que va por la vida mejorando los entornos en los que vive -poniendo orden en el caos, raciocinio en la locura, belleza en la fealdad- hay otra, en el otro extremo de la campana de Gauss, que va haciendo justamente lo contrario. Es como un equilibrio de la naturaleza o de las matemáticas. Carlo Cipolla, en su libro inmortal, llamó a las primeras personas inteligentes y las colocó, dentro del eje de coordenadas, en el primer cuadrante de los actos positivos: los que mejoran el mundo al mismo tiempo que se mejoran a sí mismos. A las segundas, Cipolla las definió como estúpidas en el sentido clásico del término, y las colocó en el tercer cuadrante de los números negativos, pues ningún beneficio obtienen para la sociedad ni para sí mismas con sus conductas erráticas o directamente imbéciles.


    Allegro ma non troppo también hablaba de las personas malas, que obtienen su beneficio jodiendo a las demás, y de las personas incautas, que pierden lo suyo para ganancia del prójimo. Aunque el libro pretendía ser un tratado sobre la estupidez humana, Cipolla, al final, conseguía que sus lectores reflexionáramos sobre nuestro papel en la vida. ¿En cuál de los cuadrantes vivíamos nuestras fructíferas o improductivas existencias? ¿Y en cuál íbamos situando a las personas que vamos conociendo en el mundo real o en las películas de nuestras noches? En un análisis superficial, el inspector Clouseau vive en el cuadrante cipolliano de los estúpidos, y es como un Atila vestido de sombrero y gabardina que donde posa su mirada -o su lupa, o su tontuna- arrasa la hierba de cualquier caso a investigar. 

En el otro extremo de la ficción, a la misma distancia del badajo de Gauss, estarían la eficacia superlativa de Perry Mason o de Jessica Fletcher, que además son personajes elegantes y mansedúmbricos. Pero ya digo que esto sólo es un análisis somero. Porque a pesar de todas sus gilipolleces, Clouseau siempre termina por resolver el caso, aunque sea involuntariamente, o de chiripa, y tal vez sea ése, justamente, su talento natural, su librillo de profesional. 






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