Gravity

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Siempre he pensado que los astronautas, o los aspirantes a astronautas, son los grandes misántropos de nuestros tiempos. En los siglos pasados, el misántropo se iba de eremita al desierto, o a las montañas, a poner distancia con el género humano. Le bastaba con echar a caminar para sustituir las voces y la estupidez incesante, por el susurro de los árboles y el canto de los pájaros. Pero luego vino la civilización, la superpoblación, el aprovechamiento industrial de cualquier remoto ecosistema, y el silencio se fue convirtiendo en un artículo de lujo, en una aspiración reservada solo para los más ricos o los más refinados. 

    En la Inglaterra industrial del siglo XIX, los caballeros más exquisitos, hartos del bullicio de las calles y del estrépito de las fábricas, se refugiaron en el Club Diógenes que inventara sir Arthur Conan Doyle para leer la prensa sin ser molestados y poder abandonarse a sus propios pensamientos. Hoy mismo, en las rutas del AVE, muchos usuarios optan por viajar en el "vagón del silencio" para disfrutar del paisaje, de la lectura, del sopor del traqueteo, sin que ningún merluzo  relate en voz el alta el estado de su intestino o el dolor de su desamor.

    El silencio se ha convertido en un afán casi imposible en este mundo superpoblado de gente, de radios, de teléfonos móviles. Vas al Everest y te encuentras una cordada de millonarios; navegas por el Ártico y te cruzas una expedición que sondea bolsas de petróleo; te pierdes en el Amazonas y te topas con un etnólogo que busca el rastro perdido de El Dorado... Quedan muy pocos refugios para encontrar el silencio soñado, y uno de ellos, poco accesible, pero perfecto, es el espacio exterior. El vacío absoluto al que sólo pueden acceder superhombres y supermujeres muy inteligentes, y sanísimos, resistentes a casi todo, Verdaderos semidioses que nos contemplan desde lo alto. Lo dicen al principio de Gravity: desde ahí arriba las vistas son maravillosas, y la sensación de ingravidez tiene algo de lisérgico y de adictivo. Un colocón sideral. Pero también dicen que lo más bello, lo primero que echarán de menos nada más regresar a la Tierra -el que llegue, claro- es el silencio. La majestuosidad muda del espacio infinito. Hasta que un pesado de Houston vuelve a soltar instrucciones por las ubicuas ondas hertzianas.



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