Política, manual de instrucciones

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Les sigo. Les voto. Les promociono entre las amistades. A veces mantengo duelos a capa y espada por defender su reputación. Soy su paladín en este villorrio perdido entre los viñedos. Les leo en la prensa, les sigo en internet, compro incluso alguno de sus libros. Escucho sus tertulias en el ipod cuando salgo a caminar por los montes. Les quiero. Son buena gente, políticos honrados, ciudadanos comprometidos. Tipos muy capaces, y mujeres muy inteligentes. Tienen sus cosas, sus tonterías, sus análisis fallidos. A veces sus pies no pisan el suelo, enajenados por el orgullo, o por la vida universitaria, tan distinta al pan nuestro de cada día. Pero todo esto es peccata minuta. Los podemitas son mi gente. Les esperé durante años de votos erráticos, de incursiones fallidas por los garitos de izquierda. Nadie me representaba. Aunque caigan chuzos de punta les voy a seguir votando y alentando. Seguiré defendiendo el Paso Honroso con mi lanza y con mi yelmo. 

    Pero lo voy hacer, ya, sin esperanza. He perdido la fe. Sigo creyendo en las personas, pero no en el proyecto. No existe la crisis. Nunca existió. Hubo un temblor, un titubeo, un momento de duda general. Pero nada más. La masa de votantes famélicos que les iban a llevar en volandas se diluyó por el camino, antes de las elecciones decisivas. Las clases pobres no votan, y las clases medias siguen llenando los hoteles cuando llegan los fines de semana, o los puentes vacacionales. La economía emerge, o se sumerge, pero no deja de fluir, como un Guadiana que nunca se seca, y  siempre llena los bolsillos. Lo dicen nuestros mayores: no existe verdadera necesidad. Y sin verdadera necesidad no se producen las revoluciones, ni los vuelcos electorales. La gente se acomoda, se achanta, se deja engañar por los medios de des-información. Y se pega un tiro en el pie. Y vota al PP, o a Ciudadanos, o a los fachas que vendrán, y luego se va de camping, o a la playa, y se mea de la risa.




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