O. J.: Made in America

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O.J.: Made in America es el documental de cinco episodios que narra el auge y caída de O. J. Simpson, el que fuera consecutivamente estrella del fútbol americano, actor de registro simpático, sospechoso muy sospechoso de doble asesinato, personaje ridículo que hizo caricatura de sí mismo y, finalmente, para rematar tan curioso periplo, convicto en una cárcel de Nevada por delito de secuestro a mano armada. Allí es donde ahora mora el personaje, a la espera de la libertad condicional que escriba un nuevo capítulo de sus andanzas.

    Recuerdo que aquí en España, en 1994, sólo los muy aficionados al fútbol americano sabían quién era realmente O. J. Simpson. Habas contadas. El resto de los mortales le conocíamos de las películas, de fingir que viajaba a Marte en Capricornio Uno, o de hacer el indio en Agárralo como puedas. Pero desconocíamos que ese actor había sido un bicharraco que agarraba el balón ovalado y ya no había dios que lo parase hasta el touchdown definitivo, que ni eso, touchdown, sabíamos escribir los futboleros del soccer. Pero nos pusimos al día muy rápidamente con O.J., después de ver en los telediarios aquella persecución policial del Ford Bronco. Los que andamos muy despistados por la vida llegamos a pensar que aquel pifostio -con decenas de coches patrullas, autopistas despejadas y helicópteros sobrevolando la escena- era una película que anunciaban dentro del propio telediario, a modo de patrocinador de las mentiras gubernamentales. Una peli de hostias y tiroteos en la que O. J. interpretaba el papel muy serio y muy dramático de un hombre acusado de haber asesinado a su ex-esposa y al amante de ésta. Pero luego, por la noche, repitieron la noticia que había conmovido a los americanos de todos los colores, y supimos que la realidad, una vez más, supera cualquier ficción que imagine un guionista calenturiento.



    Veinte años después de todo aquello, los protagonistas del juicio del siglo, ya canosos y arrugados, prestan su rostro y sus reflexiones a  O.J.: Made in America, para componer no sólo un retrato del propio O. J. -del que unos predican la santidad y otros advierten contra el diablo-, sino de la propia sociedad que les ha tocado vivir, enfangada en un conflicto racial que no tiene visos de terminar. Ha sido estrenarse el documental en las televisiones, y regresar a primera plana los sucesos de conductores negros afroamericanos tiroteados por la policía blanca, algunos por un quítame allá esas pajas. O. J., en su día, iba a toda hostia por la carretera -como el chulo al que cantaban Los Ilegales- armado con una pistola, farfullando un discurso inconexo, y a nadie se le ocurrió sacar el arma reglamentaria. Gracias al peso de la fama, y al respeto secular por la gente con dinero, porque no hay que olvidar que e el racismo sólo es un disfraz  del clasismo, tenemos ahora este documental cojonudo que dura más de siete horas. Impagables. 


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