Born to be blue

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Born to be blue -que es un biopic muy inteligente que nos ahorra los tediosos años de infancia y formación- recoge a Chet Baker en el punto más bajo de su carrera: drogadicto en rehabilitación, presidiario en libertad condicional, desmadejado en camas solitarias porque las mujeres ya no le soportan... Y desdentado, además, porque un maleante al que debe mucho dinero le ha partido la piñata en una paliza callejera. Sin los incisivos, Baker no puede soplar la trompeta, y sin la trompeta, Baker ya no es nadie, sólo un músico en paro, un don nadie más de la costa Oeste de los americanos. El jazzman blanco que un día soñó con destronar a Miles Davis y a Dizzy Gillespie, y que ahora tiene que ganarse las habichuelas, y cumplir las horas marcadas por el juez, tocando en locales de tercera división.

    Es aquí donde Born to be blue se convierte en una versión jazzística de ¡Qué bello es vivir!, pues si a James Stewart, en el momento máximo de su desesperación, se le aparecía el ángel para elevarle la autoestima, y hacerle ver que el mundo sería peor sin él, a Chet Baker, con más potra todavía, se le aparece un ángel mucho más hermoso y seductor, quizá un arcángel de los cuerpos de élite celestiales. Ella es Jane, admiradora del hombre y del artista, una mulata cuyo cuerpo quita el sentío y cuya bondad reconforta el espíritu. Jane, que además tiene más paciencia que el santo Job, acogerá a Chet Baker en su seno durante el día, y en sus senos, durante la noche, y beso a beso, y confianza a confianza, irá haciendo de él un hombre de provecho en las horas más oscuras. 

    Baker -al que da vida un inquietante Ethan Hawke que de chaval no tenía ni media hostia y que ahora saca un músculo interpretativo de asustar- se agencia unos piños postizos, cambia la embocadura de la trompeta, se agarra como un náufrago a las dosis de metadona... Con la ayuda de su arcángel particular, y de las recomendaciones de sus viejos amigos, Baker volverá a coger la forma y a presentarse en los clubs más selectos de Nueva York. Pero ay: Chet sólo es Chet Baker si la heroína recorre sus venas para agitar los dedos e improvisar las notas. Con la metadona, Baker sólo es un músico del montón con una novia de no merecer. ¿Tirará más la trompeta que el par de tetas? El drama está servido.



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