Aterriza como puedas

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No es necesario que una película sea buena para convertirse en un clásico. El tiempo es un camino tortuoso, lleno de trampas y caprichos, y cuando pasan veinte o treinta años y nos plantamos ante las películas de antaño, a veces sucede que las más académicas se han quedado desfasadas, mientras que otras, chapuceras incluso, que nacieron con la única vocación de entretener y de sacar unas pelas, abrieron caminos insospechados y convirtieron en hitos que todo el mundo recuerda.

    Aterriza como puedas nació para reírse de las películas de catástrofes, que en los años setenta reventaban las taquillas y reclutaban a las estrellas de Hollywood. Jim Abrahams y los hermanos Zucker cogieron un avión, lo llenaron con varios gilipollas y varios chistes absurdos, y lo lanzaron al aire a ver si planeaba o se estrellaba contra el suelo. Tuvieron suerte, o dieron en el clavo, o las dos cosas a la vez. Las gentes de entonces se partían el culo en sus butacas, y años después volvieron a partírselo en los sofás, cuando pasaron la película por televisión. Aterriza como puedas era el VHS estrella en el videoclub de nuestro barrio, y los chavales la alquilábamos siempre que estaba disponible junto a la peli porno clandestina, la última bravuconada de Sylvester Stallone o algún clásico de John Ford para no parecer tan barriobajeros, ni tan primarios. La vimos tantas veces que ya nos anticipábamos a todos los chistes, y luego salíamos a la calle cacareando las gracias casi calcadas. Todavía hoy, tanta vida más tarde, me topo con Aterriza como puedas en los canales de pago y me quedo enganchado, y suspendo la sesión programada para entregarme a la estupidez, y aunque la mayoría de los chistes son bobadas de guante blanco, guarreridas más propias de Jaimito y del perro Mistetas, la sonrisa no me abandona, y el recuerdo no desfallece, y cruzo la hora macabra de las doce de la noche reconciliado con la jornada del sol asfixiante, y de la melancolía progresiva.

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    Años después de su dramática experiencia, Ted Striker vuelve a subirse a un avión, impulsado por el amor. Intranquilo, se revuelve en su asiento.

Anciana: ¿Nervioso?
Ted: Sí
Anciana: ¿Es la primera vez?
Ted: No, he estado nervioso muchas veces.

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   En pleno vuelo, se desata a bordo una enfermedad misteriosa causada por el mal estado del pescado en el menú.

Dr. Rumack: Dígale al comandante que hemos de aterrizar lo antes posible. Hay que llevar a esa mujer a un hospital.
Elaine: ¿A un hospital..? ¿Qué es, doctor?
Dr. Rumack: Un gran edificio lleno de enfermos, y a veces no hay camas.



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