Eres lo peor

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Las sitcom que uno guarda en sus estanterías son aquellas que protagonizan hombres malvados o mujeres estúpidas. O viceversa. Mujeres retorcidas y hombres insoportables. La vida misma, en definitiva, trasladada al universo ficticio de las risas enlatadas. Modern Family jamás dormirá en mi habitación porque en el fondo todos sus personajes son buenas personas, seres imperfectos con el alma inmaculada. Y eso, como bien saben los filósofos y los sacerdotes, es una imposibilidad estadística que le resta cualquier credibilidad al asunto. 
    
    Quien esto escribe se siente más cercano a los inmaduros de Seinfeld, a los estúpidos de Larry David, a los mentecatos de Veep, a los incapaces de The Office... A los cuarentones decadentes y barrigudos como Louie. Ese es el fango del ser humano en el que yo me reconozco, y me echo las carcajadas sinceras, y me dejo los dineros comprando los DVDs. Pero siempre hay, por supuesto, excepciones. Frasier fue una serie de personajes bonachones y decentes que tengo guardada como un tesoro. No se han vuelto a escribir unos guiones como aquellos. 

    Eres lo peor es una comedia irreverente, desvergonzada, de personajes impresentables que deberían seducirme casi al instante. Su protagonistas son dos treintañeros traviesos con la edad mental de dos adolescentes de instituto. Jimmy y Gretchen pasan el tiempo libre follando, desfollando, discutiendo, chinchándose, poniéndose los cuernos... Probando drogas, catando licores, contrastando excesos. Ellos viven la vida loca que cantara Ricky Martin. Son dos individuos modernos, desprejuiciados, altamente egoístas e inmaduros. Deberían caerme de puta madre. Y sin embargo, con todo a favor, no termino de reírme con sus cuitas. Sobrevuelo sus enfados y sus reconciliaciones con la sonrisa preparada, lista para la acción, pero casi nunca solicitada en realidad. Hago esfuerzos para conectarme a esas vidas tan distintas a la mía, tan cercanas en el pecado de pensamiento, y tan lejanas en el pecado de obra. Pero me veo ya muy mayor para el ejercicio.

    A veces, en el portátil, en un mal ángulo de visión, veo reflejado mi rostro sobre la pantalla, superpuesto al de estos dos amantes alocados, y me descubro ridículo, y algo voyerista, tratando de entender una juventud que nunca viví. Y que ya no me toca vivir. El esplendor en la hierba de los cojones, que cantara el poeta. 



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