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Me gustan mucho las películas de Andrei Zvyagintsev, el director
ruso del apellido impronunciable y las películas herméticas. Pero luego, no sé
por qué, nunca las recuerdo. Sólo su ópera prima, El regreso, aquella historia del padre y sus dos hijos en
los parajes de Siberia, permanece erguida en mi memoria, con recuerdos nítidos
y sensaciones rescatables. En cambio, de Izgnanie
y de Elena, que son dos películas a
las que dediqué esforzados comentarios en este blog, no guardo apenas nada. Los
argumentos se me han evaporado, los paisajes se me han confundido, los
personajes se me han enredado... Sólo imágenes sueltas, y alguna mujer eslava
de rompe y rasga, de las que Max, mi antropoide interior, lleva cumplida cuenta
en su colección fotográfica.
En los paisajes
desolados de Leviatán, como en
cualquier película de Zvyagintsev, reina la corrupción, el alcoholismo, el fin de fiesta de sus
desgraciados moradores, que pensaron que con McDonald's llegaba la despensa llena y el rock and roll a las
aldeas. Los rusos, a cambio de la televisión por satélite y de la libertad
ficticia de votar, perdieron sus trabajos estables, sus pensiones garantizadas,
sus servicios gratuitos. Les engañaron como a chinos, o como a indios
pre-colombinos, fascinados como estaban por los colorines. Los comisarios
políticos se reciclaron en caciques; los soldados en matones; los dictadores de
Moscú en gánsteres de San Petersburgo. Como en la manida sentencia de El
Gatopardo, todo cambió para que todo siguiera igual. Y los sacerdotes, claro,
que renacieron del suelo como gusanos tras la lluvia. Fue caer la primera
estatua de Lenin y ya estaban todos en sus puestos de combate, ortodoxos y
pulcros, monsergando desde los púlpitos contra el atroz comunismo que los
mantuvo amordazados. Ahora, salvo honrosas excepciones, callan cristianamente ante
los desmanes y los atropellos. Gestionan su cuota de poder y se sienten
satisfechos. Son iguales en todos los sitios, estos tipejos.
Incluso en las tierras bañadas por el Ártico, donde los personajes de Leviatán se quedaron sin futuro.
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