Un toque de violencia

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En el mismo momento en que Deng Xiaoping afirmó que "da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones", el Partido Comunista Chino dimitió de sus funciones y dejó que el capitalismo inversor campara a sus anchas. Deng sostenía que el objetivo fundamental era generar riqueza, a destajo, a cualquier precio social, y que después ya habría tiempo para repartir las montañas de oro. Que el Estado a fin de cuentas era comunista y estaba a favor de la clase obrera y campesina. Pero han pasado varias décadas desde que los gatos negros se lanzaron a "emprender" sus negocios, enriqueciéndose a costa de pagar salarios de miseria, sin que las estatuas de Mao Tse-Tung se hayan hecho carne indignada y justiciera. Y es que Deng no sabía, o no quiso saber, que a los emprendedores les dejas corretear por ahí sin correa, meando sin control en las esquinas y en las farolas, y en un par de años, con los fajos de billetes bien contados y preparados, corrompen cualquier sistema funcionarial que pretenda supervisarlos. Ellos son así, espíritus libres e indómitos, que no saben de injerencias ni de cortapisas.

            Un toque de violencia viene a denunciar el estado actual de este capitalismo chino donde los superricos se compran jets privados y los superpobres viven atados, literalmente, a sus sillas de coser o de atornillar. La película cuatro historias independientes de cuatro trabajadores explotados, ninguneados, reducidos a meros animales de corral, que producen beneficios a cambio del cobijo y del pienso compuesto. Cuatro miembros del lumpen-proletariado que en Un toque de violencia, como su mismo nombre indica, no van a salir a la calle con la pancarta y el altavoz en plan 15-M y canción protesta, sino que van a tomarse la justicia por su mano, porque esto es una película china y casi siempre acabamos enfangados en sanguinolencias.






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