🌟🌟🌟
Cypher es una
película que llevaba más de diez años esperando una revisión. Más de una década
acumulando polvo en mi estantería, desde los tiempos gloriosos del Canal +, de
cuando la grabé entusiasmado por el intríngulis de sus juegos de identidades, de
sus cachivaches de ciencia-ficción que parecían del siglo XXII.
En
Cypher trabajaba Jeremy Northam, que
era un actor británico que entonces lo petaba, y Lucy Liu, que era la china
guapísima de Kill Bill. Y Vincenzo Natali, claro, que era un director criado en Canadá pero de nombre italiano que
filmaba cosas muy arriesgadas y algo lunáticas, como aquella película, Cube, que fue un
acontecimiento rarísimo y demencial, y sumamente entretenido.
Cypher tenía
todas las papeletas para ser una gratificante revisión, un feliz reencuentro
con estos amigos que ahora andan un poco dispersos por el mundillo: Northam con
sus series, y sus obras de teatro; Lucy Liu, la pobre, sin encarrillar su estrellato; y Vincenzo, el Arriesgado, perdido en sus propios mundos de pasotes
postcientíficos... Pero el tiempo, ay, no pasa en balde. Trece años contemplan
los argumentos y las estéticas de Cypher,
que entonces eran rompedoras y ahora ya las hemos visto mil veces.
Pero, sobre todo, trece años me contemplan a mí, que me he
vuelto perezoso y mentecato, cuarentón y pre-senil. El personaje de Jeremy Northam, por ejemplo, es una especie de James Bond que se dedica al espionaje industrial, y maneja a lo largo del metraje tres identidades distintas, y trabaja de doble
agente para tres empresas diferentes. Hace trece años no me extravié en el laberinto,
porque yo entonces estaba treintañero de cuerpo, y fresco de mente, y estos desafíos
eran pan comido para mi atención de cinéfilo. Pero ahora, ay de mí, me cuesta un mundo seguir ciertos argumentos a
según qué horas, sobre todo en las jornadas laborales, que uno finaliza con la
lengua fuera, y con los ánimos por los suelos. Yo sí que necesitaría un implante neuronal de esos...