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Nos parece muy lejana, y muy salvaje, la locura de estos
pueblos de Mesoamérica que practicaban sacrificios humanos para contentar a sus
dioses. Y más todavía si es Mel Gibson quien mete la cámara en el altar del
holocausto, allá en lo alto de la pirámide. Porque a Mel le va mucho la
hemoglobina, el gorgoteo de la sangre que sale a chorros por la garganta. En Apocalypto no se ahorra ni un detalle de
los corazones arrancados de cuajo, de las cabezas que caen rodando por las
escalinatas. De los cuerpos decapitados que se acumulan en el basurero de
moscas gordísimas y golosas. Es como volver a ver La Pasión de Cristo, pero esta vez con amerindios cazadores, y no
con carpinteros de Judea, en el papel de corderos sacrificados.
Como ya somos occidentales y posmodernos,
nos creemos libres de estas salvajadas antiguas, de estos rituales sangrientos
que se ejecutaban al dictado del peyote y el tambor. Pero más allá de las
truculencias, y de las máscaras horripilantes que llevaban los sacerdotes, las
cosas no han cambiado tanto. Las sociedades siguen estratificadas del mismo
modo, con un rey sentado en su trono y unos mercaderes que buscan el máximo
beneficio; un cuerpo policial que reprime cualquier protesta y, por supuesto,
porque estos son como garrapatas que jamás se van de los organismos, unos
sacerdotes que hacen así con la mano, o con el cuchillo, o con el hisopo, y
bendicen el orden divino de las cosas.
Ahora ya no aplacamos la ira de aquellos
dioses tan sádicos llamados Yahvé o Tonatiuhtéotl, pero sí la voracidad de
otras deidades que ya no tienen rostro ni personalidad: el Dinero, los
Mercados, la Libre Competencia. Y para tenerlos contentos, sacrificamos a los ciudadanos
más pobres de nuestro tejido social. Los que mandan ya no los abren en canal
sobre un altar de piedra, porque los necesitan para limpiar los retretes, y
para tirar a la baja los salarios misérrimos que pagan. Ahora los van matando
poco a poco, suavemente, killing me
softly, como la canción. Un día les privatizan un hospital, otro les quitan
un medicamento y al siguiente les aplazan una operación. Los sacrificios multitudinarios lo pondrían todo perdido para los turistas.
Ahora, a los parias, se nos mata silenciosamente. A plazos. En diferido.
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