Nightcrawler

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Dice Fernando Savater en su Diccionario Filosófico:
            "La gente que se queda en su casa entretenida en sus cosas rara vez hace daño a nadie: lo trágico de la vida es que en casa la mayoría de la gente se aburre".
            Esto lo había leído yo en algún pensador de los tiempos pasados, tal vez Voltaire, o Heine, pero no he encontrado la cita por ningún sitio, y no he tenido más remedio que poner este pensamiento de Savater, que es un tipo que me cae como una patada en el culo, pero que me viene de perillas para poner la introducción en esta entrada.


           
           En Nightcrawler, Louis Bloom, que es un tipo savateriano incapaz de quedarse en casa, recorre la noche de Los Ángeles armado con una cámara de vídeo y con una radio que sintoniza la frecuencia policial, filmando accidentes y crímenes sanguinolentos que luego venderá a los noticieros. Otros ilustres de la noche y de las películas, que también se aburrían de la vida y se desesperaban por la falta de sueño, fundaron clubs de la lucha, como Tyler Durden, o hicieron justicia, aunque muy particular, en el lumpen de los barrios, como Travis Bickle. Pero Bloom, al que da vida un inquietante Jake Gyllenhaal que jamás parpadea y jamás sonríe con sinceridad, decide hacerse un nombre en el negocio de la telebasura. 

    En la ficción de Nightcrawler, es el canal 6 quien más dinero ofrece por las imágenes de heridos desangrándose y muertos sorprendidos en descoyuntadas posturas, pero hay muchas emisoras que pujan por las durísimas filmaciones. La hora del desayuno es una refriega periodística en la que se sirven fiambres muy poco hechos y casquería cocinada al calor del asfalto. Mientras los niños desayunan su bol de cereales y su mazorca a la parrilla, en la tele se inducen otras conductas carnívoras del primate.

            Aquí, de momento, en la Piel de Toro, no hemos llegado a tanto, pero vamos camino de conseguirlo. Existen dos telediarios nocturnos -por así llamarlos- que dedican cinco minutos a las informaciones económicas y políticas, y que luego, antes de la hora eterna de los deportes, lo llenan todo de accidentes y explosiones, de robos y palizas, de asesinatos y suicidios. Son minutos y minutos que la publicidad nunca corta, porque es ahí donde está el meollo de la audiencia, tan parecida en voracidad a la que se vende en Nightcrawler. En España sólo vemos salpicaduras de sangre, restos humeantes, hierros retorcidos, lejanas víctimas embutidas en sacos negros. Pero queda poco para que llegue el primer "nightcrawler" de las calles madrileñas, o barcelonesas, y el productor televisivo que compre su material explícito para inaugurar un nuevo tiempo, aberrante y grotesco, en los informativos. Al tiempo.


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