La historia del cine: una odisea

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La Historia del Cine de Mark Cousins era un libro difícil de seguir para la cinefilia más plebeya, a la que pertenezco con muy poca honra. Un libro con mucha explicación de la germanía y muchas citas de los cineastas ignotos. Su adaptación al documental televisivo, sin embargo, que el mismo Cousins ha llevado a cabo en prolija sucesión de episodios, le  reconcilia a uno con las nobles intenciones de este hombre, y lo nombra, en íntima ceremonia, Historiador Oficial del Cine en estos reinos exiguos de mi habitación.

            Si es verdad que una imagen vale más que mil palabras, unas imágenes en movimiento valen más que mil láminas explicativas. Lo que en el libro resultaba árido de entender, aquí, en la televisión, con la paciencia infinita que Cousins dedica a sus espectadores, se puede entender, deja entrever parte del  misterio. Yo mismo, tan lerdico, me siento comulgante en este milagro de las películas. Cousins habla de los avances técnicos que fueron conformando el cine, otorgándole su sintaxis y su gramática. Cousins nos explicotea, con voz de británico atildado -que suena didáctica y entusiasta como la de un profesor de Oxford o de Cambridge- las intuiciones geniales de los pioneros en el montaje, de los aventurados en el encuadre, de todos los que abrieron caminos al andar, plano a plano, y verso a verso.

    Mientras se desgranan las imágenes que sirven de introducción a los capítulos, y que son estampas de los cinco continentes unidos en la pasión universal por el cine, Cousins casi susurra:

    “A finales de la primera década del siglo XIX, nació un arte nuevo. Se parecía a nuestros sueños.”





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