Pusher

🌟🌟🌟🌟

Han pasado ya varios meses desde la última vez que visité Dinamarca, que es mi país adoptivo, mi paradigma del mundo feliz. Tenía ganas de regresar a las calles de Copenhague para a disfrutar del frío, de la limpieza, de las mujeres escandinavas. Del césped sin basura, de los bares sin gritos, de los autobuses que llegan a su hora. Esta vez, sin embargo, me he dejado liar por este director tan de moda en Jolivú, Nicolas Winding Refn, para conocer los bajos fondos de la capital danesa, que también existen, con sus traficantes de droga, sus yonquis desesperados, sus after hours del bacalao .

Pusher es una película  noventera que trata sobre macarras y trapicheos, y tiene mucho de la influencia de Quentin Tarantino. Entre trabajillo y trabajillo, sus delincuentes mantienen conversaciones que podrían haber firmado los mismísimos Travolta y Samuel L. Jackson, enfrascados en alguna aventura europea de asesinatos y nuevas hamburguesas. También las escenas de violencia son tarantinescas, brutales, filmadas con la frialdad de un entomólogo que estudiara peleas entre coleópteros. Porque hay hombres violentos, sí, en Dinamarca, y mala gente, desde los tiempos de los vikingos, o de Hamlet, por lo menos. Hasta equipos de fútbol han tenido que se dedicaban mayormente a dar patadas. En este asunto tan primario de la agresividad, los daneses son como cualquier hijo de vecino.

¿Supone este descubrimiento una pequeña decepción? ¿Un pequeño mazazo a mi amor platónico por este país? Nada más lejos de la realidad. Uno asiste en Pusher a varias compras de droga en pisos clandestinos y las transacciones siempre llegan a buen puerto. La droga es buena, el dinero es de curso legal, y la confianza de los buenos ciudadanos reina entre los camellos tatuados y los drogatas con el mono. Son asuntos llevados con la eficacia y el sentido cívico que empapa todo lo que hacen los nórdicos. Sólo cuando la policía aprieta y los más débiles cantan, empiezan los ajustes de cuentas. Es entonces, en el desplome del negocio, en la ruptura de las viejas estructuras, cuando todo el mundo busca satisfacer sus deudas inmediatamente, al precio que sea. 

Al final lo ponen todo perdido, pero estoy seguro de que luego, cuando termina la película, ellos mismos limpian la sangre mientras sus señoras, en la idílica igualdad entre los géneros, tan escandinava e inimitable, toman café con las amigas en la terraza más in de Copenhague.



No hay comentarios:

Publicar un comentario