Following

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Celebro el Día de la Raza  viendo una película de La Pérfida Albión, que es la nación traidora que nos tienen secuestrado Gibraltar. La veo subtitulada al castellano, eso sí, pero no como homenaje al idioma imperial de mis antepasados, sino como necesidad última de quien malgastó la asignatura de inglés, incapaz de entender que el morning escrito y el moneh realmente pronunciado eran la misma palabra. O que el “yu ar mai broder” evidente, se convertía, por arte de magia, en boca del enseñante de turno, en un “yuáh ma bradah” incomprensible y desconcertante. Por poner dos ejemplos.

La película es Following -que supongo se pronunciará fologüennhg, o algo así: la ópera prima del ser humano llamado Christopher Nolan que luego, con el tiempo, se convirtió en un dios adorado del uno al otro confín, como los emperadores romanos. Nolan rodó su little masterpiece en el año 98, en blanco y negro, con cuatro duros, en ratos robados al fin de semana, con actores no profesionales que debían de ser amiguetes o coleguillas del barrio. Uno de ellos, de hecho, que interpreta al ambiguo personaje de Cobb, y que deja una profunda impresión en el espectador, jamás volvió a participar en ninguna película, y ahora se gana la vida como arquitecto en Londres. Gracias, internet.

Following viene a ser como la Pepi, Luci y Bom de Almodóvar: también amateur, primigenia y cutre. Solo que aquí no sale Luci comiéndose un moco para animar la fiesta. Following no retrata la movida londinense de la droga o de la subcultura. Es una película de corte clásico, del género de timadores y timados, con giro y regiro finales que dejan un buen sabor de boca, y la emparentan con referentes del thriller que aquí no citaré, por no dar pistas sobre el desenlace sorpresivo. Sale en Following, eso sí, un mafioso armado con martillo que machaca dedos y cráneos a quien no le paga los dineros, o amaga con delatarle a las autoridades. Es curioso, y sintomático, que la ingestión de un moco nos produzca más asco que la rotura de un cráneo a golpes. Habría mucho que discutir sobre este tema. Hablar de la insensibilización creciente del espectador moderno. Una labor desmesurada, de cientos y cientos de páginas, que no ha lugar, por supuesto, entre este puñado de ocurrencias soltadas al hilo de lo que voy viendo, sin más pretensión que la distracción, y el desahogo.





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