Masculin, féminin

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Y por la noche, tras enfrentarme a Masculin, féminin de Godard, y abandonarla desesperado a la media hora de aburrimiento, cansado ya de los simbolismos, de los rótulos ametrallados, de las situaciones rocambolescas, termina mi relación tormentosa con el cineasta francés de las narices, y las gaforras. Aún me queda por ver Lemmy contra Alphaville, guardada en el disco duro, pero presumo que tardaré meses en reunir energías para abordarla. 

Alphaville será como ese libro que uno olvida en el piso de la ex-amante, que hay que recoger aunque ya no se necesite, por orgullo, y para dejar las cosas claras. Porque yo, cuando descargo, me comprometo. La piratería es un acto de responsabilidad plena. Aunque al día siguiente uno ya esté arrepentido de la película en cuestión. Como Alphaville, sin ir más lejos, cuya sinopsis, que hace poco estaba leyendo en internet, promete más chaladuras todavía y más coreografías sesudas de lo absurdo. Y eso que hace años, cuando yo vivía en Toledo, y me acercaba los fines de semana a Madrid, a ver las películas subtituladas, a creerme parte de la cinefilia selecta de este país, siempre me preguntaba de dónde coño vendría el nombre de los cines Alphaville, que tan bien sonaba, meca cinéfila de mis paseos sin rumbo por la Villa y Corte. Y ya ves tú, lo que era... Este truño incomprensible que sólo huele bien en los salones de alta prosapia.


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